El consumo de drogas no es un fenómeno nuevo, si bien ha pasado por diferentes etapas en las que ha variado su significación y sus patrones de consumo.
El uso terapéutico, ritual y social restringido a determinados contextos y períodos propios de culturas ancestrales, que se caracterizaba por ser un uso limitado y controlado, ha ido derivando en un uso acorde con una sociedad que tiene en el consumo de todo tipo de productos uno de sus pilares fundamentales. Existe la idea de que se puede consumir de todo para obtenerlo todo: sensaciones nuevas, diversión, confort y eliminación del malestar. También podemos observar que determinados valores, anteriormente asociados al esfuerzo y la responsabilidad, como el prestigio, el reconocimiento personal, la imagen social, tienen a basarse en la actualidad en la obtención de bienes estrictamente materiales.
Las drogas se muestran como un producto importante dentro de esta sociedad de consumo y su utilización se fomenta presentándolas, con cualquier mensaje que logre atraer la atención de los potenciales consumidores, como una forma fácil e inmediata de obtener placer, relajación, evasión, diversión, facilidad de contacto interpersonal, oposición a lo establecido.
El mayor poder adquisitivo de la población adolescente y joven, debido a una mejora de la economía familiar y una mayor libertad permiten que ésta acceda a edades tempranas a actividades y ambientes para los cuales quizá no haya alcanzado la madurez necesaria.
La familia, por otra parte, ve aumentar las opciones de los jóvenes, a la par que decrece su capacidad de poner límites y ejercer su autoridad. Ello produce una crisis que se manifiesta en una elevada tensión y una gran dificultad para negociar, pactar con el adolescente y llegar a establecer un clima de comunicación eficaz con límites que ayuden a regular su conducta.
En la adolescencia se tiende a buscar la autonomía e independencia, tan necesarias para su afirmación personal, con la oposición a una autoridad poco clara, a veces permisiva, a veces intolerante y casi siempre protectora. El consumo de drogas permite al adolescente en muchas ocasiones sentirse diferente al adulto, a a la par que canaliza su deseo de tener experiencias, su curiosidad y su búsqueda de diversión.
El grupo de iguales, formado por personas que se hallan en situaciones muy parecidas, le permite desarrollar actitudes, valores y estilos de vida propios y a la vez compartidos con personas de su elección, logrando que se diluya la percepción de riesgo y la conciencia de responsabilidad, a la vez que le confiere una mayor seguridad y apoyo.
En la adolescencia, el consumo de drogas se inicia en un periodo de expansión; lo importante es el aquí y ahora, el adolescente valora lo inmediato, la percepción de riesgo es muy baja y el organismo parece poder resistirlo todo. Ese sentimiento de invulnerabilidad, hace que se infravaloren las probabilidades de sufrir daño físico, así como los cambios en el comportamiento.
La adolescencia es un periodo de cambios y en muchas ocasiones les cuesta reconocerse incluso físicamente; cambian de ideas con rapidez, saben que no son estables, por tanto los efectos del consumo no generan los temores y preocupaciones que pueden causar en los adultos.
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