El teatro no tuvo en Roma el mismo significado que en Grecia. Para los romanos, las representaciones eran ludi; esto es, "juegos", entretenimientos, diversiones, al igual que los espectáculos en el circo y en el anfiteatro (ludi circensis; estos, frente a los ludi scaenici). Vinculados al tiempo de otium, estuvieron siempre relacionados con alguna divinidad -lo religioso y lo festivo se mezclan en Roma de forma indiscriminada-. En una sociedad que gusta de todo tipo de manifestaciones colectivas -recuerda los rituales del "triunfo" de los generales victoriosos, o los funerales de los grandes personajes-, el teatro no podía faltar, si bien no fue un elemento constitutivo del alma romana, como sí lo fue el drama para el alma griega.
El estudio del teatro latino está lleno de problemas y de interrogantes de todo tipo, para los que es difícil encontrar una respuesta adecuada. ¿Cuándo nace el teatro en Roma?; ¿por qué se da una separación tan amplia en el tiempo entre comedia y tragedia?; ¿por qué se pierde el rastro de los máximos creadores -Plauto y Terencio-?; ¿por qué los romanos no construyen un teatro propiamente dicho hasta la época de Pompeyo?; ¿por qué sobrevivieron formas menores de dramatización y se perdieron las literarias?; ¿por qué se siguieron construyendo fastuosos teatros en la época de oro del imperio?; ¿qué se representaba en ellos?; ¿eran necesarios esos impresionantes edificios para lo que allí se escenificaba?; ¿por qué, sin embargo, la obra de los grandes cómicos ha ejercido una influencia tan grande sobre el teatro europeo de todos los tiempos?
Toda esta serie de preguntas demuestra que el género dramático, por razón de su doble carácter -texto y espectáculo-, presenta unas características peculiares y un interés excepcional, pues desborda el marco de la propia literatura.
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