Los géneros novelescos idealistas tienen como temas dominantes el amor o la aventura, o una combinación de ambos.
Las novelas sentimentales son relatos en que se hace un detallado análisis de los sentimientos de los protagonistas, dominados por amores imposibles.
Las novelas pastoriles recrean en prosa los temas de la poesía bucólica: en una naturaleza idealizada, pastores refinados viven pasiones arrebatadas, siempre platónicas y honestas, que al final se resuelven en un final feliz. Modelo de estas novelas es La Diana, de Jorge de Montemayor.
Los libros de caballerías son novelas de amor y de aventuras: un caballero andante, movido por el amor a una dama, viaja infatigablemente en busca de las más arriesgadas y fantásticas hazañas, de las que obtendrá gloria y fama. Sus innumerables títulos, entre los que destaca Amadis de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo, apasionaban a toda clase de lectores que vivían sus peripecias como si se tratara de historias reales.
Las novelas moriscas cuentan escaramuzas entre moros y cristianos, al final de la Reconquista, en un ambiente galante en que los contendientes rivalizan en caballerosidad y cortesía. De agradable lectura es El Abencerraje y la hermosa Jarifa, de autor desconocido.
Las novelas bizantinas son relatos de amores y aventuras disparatadas en un ambiente exótico y legendario. A Miguel de Cervantes pertenece Persiles y Segismunda.
Novelas realistas:
Frente al carácter legendario e inverosímil de las novelas idealistas, la novela picaresca, que se inicia con el Lazarillo de Tormes, intenta reproducir la realidad contemporánea, incluso en sus aspectos más vulgares.
A comienzos del siglo XVII, el Quijote de Cervantes representa la síntesis y superación de todas las modalidades novelescas, tanto fantásticas como realistas, y el nacimiento de la novela moderna.
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